Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
El vasco ABEL, en su obra, ofrece intenciones y objetivos conscientes impulsados en la representación pictórica por su voluntad subjetiva.
Sus dársenas constituyen un mundo que a través de valores cromáticos revelan un fuego oscuro, unas vivencias sumergidas en una visión de un aire y flujo contaminado.
Es una confluencia de degradación, de un tiempo que está carcomiendo unos parajes anclados en lo más inhóspito de una realidad que se ha tejido a la sombra del progreso.
Un principio trascendental es aquel mediante el cual se representa, a priori, la condición universal bajo la que sólo las cosas pueden ser objetos de nuestro conocimiento.
El fluido de lo real quizás se deba a que se ha enganchado en la grieta que el ser humano lleva en sí, que ha modificado su ontología, a partir de la nueva posición que las cosas -lo real- tienen ya para todos.
No hay imagen que pueda pensarse radicalmente sino es más allá del principio de visibilidad, es decir, más allá de la operación espontánea, impensada de lo visible y lo invisible.
Las obras de la alemana VIEBROCK son efectivamente espontáneas pero cargadas de un sentido cromático que se ha aquilatado y madurado después de mucho tesón y dedicación.
Asombra ese festín de trazos, signos, manchas, siluetas, recovecos, laberintos, movimientos, pinceladas que arrancan gritos poéticos del espacio.
Porque una idea es el fantasma de un pensamiento y un pensamiento es un gusano.
El japonés YOSHIKAWA no coloca ante una experiencia en la que la afluencia cromática diluida nos hace cavilar en el deleite de un ver que ha adquirido una respuesta que nos da en los ojos.
Sus obras son puras dimensiones en que la gama de las diversas tonalidades forma un escenario único que se regocija en su propia aventura.
Es un juego de fluidos que el artista sitúa en el espacio con el propósito de que esa aureola tan buscada y hallada sea el medio idóneo para una visión en sí misma.
El Diablo es el aristócrata de la creación porque no tiene nombre; tiene títulos.
En las obras del americano CROFT el paisaje establece una tensión plástica con la abstracción con la que quiere compartir una identidad y un horizonte.
Las calidades cromáticas de estas orografías pictóricas hacen que ese empeño en trascender los límites de esa visión inicial, se materialicen en un significado hondo que traspasa fronteras y miradas.
Texturas, tonalidades, luces, sombras, conforman una plenitud que nos hace inquirir sobre esa concepción de un hacer marcada por la sabiduría y las vivencias.