Hay artistas como el tinerfeño CONRADO DÍAZ que hacen del rostro una historia o hacen que nos cuente esa historia que les convierte en lo que han sido y todavía son.

Están pintados como si estuviesen pensando que su reflejo ha sido objeto de una certidumbre plástica cuya intensidad les ha desnudado y anclado en la trascendencia que creen haber conseguido.

Dotado de un gran sentido expresivo y pictórico, simultanea al mismo tiempo una superficie animada con una confluencia espiritual que es la visión sobria de una experiencia existencial crecida entre rasgos rocosos.






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