- El ser humano ha sido y será siempre un enigma. Tratar de atraparlo es casi el único argumento de la historia del arte. Y no desesperamos de conseguirlo a pesar del ruido sordo.
- KERKAM, muy respetado y aclamado por los artistas norteamericanos del expresionismo abstracto, fue un bicho raro cuya pasión era penetrar con su obra en la boca del lobo sin importarle aullidos ni verbenas. De ahí ese ansia por descubrir y al mismo tiempo ocultar, ya era bastante con saberlo él.
- Sus retratos -¿o autorretratos?-, sobre los que extiende una capa espesa de colores mates, que a su vez los conforman, y que son umbrales de sombra -metáfora y metamorfosis-, no desean mostrarse, lo que hace que configure su presencia a rastras y como espejos sucios en los que no verse y no reconocerse.
- Porque eso es lo que ha concebido, que el enigma sea el no reconocimiento de nuestra fealdad ética y estética, de nuestra frialdad y autismo ante el horror que somos. Sin embargo, por ese pesar y esa falta de luz, quiere borrar en cierta forma dichas presencias, por lo menos emborronarlas, pues tal crudeza desafía a la mentira piadosa con que reflejamos nuestra existencia, esa misma que, puro engaño, nos permite sobrevivir.
- Estamos, por consiguiente, ante una propuesta única y poco vista, expresionista y heterodoxa, de efigies de supuestos convictos en cárceles tan reales como pretendemos que sean imaginarias; en definitiva, una sublimación imperfecta de una humanidad que digiere entre ladridos una fe a medida.
- Frenética autodestrucción que ridiculiza toda metamorfosis, para alcanzar el constante germen dentro del ente.