En esta ocasión, Rafael, en su retrato del Papa León X, ha dejado que su pintura se reblandeciese, perdiese consistencia, extraviase el sentido plástico que plasmase la esencia morfológica de un retratado hundido en su propia impostura, para acabar imprimiéndole una nota falsa y cómoda, tanto como un trámite innecesario pero ineludible. Lo cual es entendible si sabemos que gracias a él el artista se hizo rico.
Este nauseabundo personaje, cruel, perjuro e impío, de cuerpo enorme, fofo, hidropésico, con una cara hinchada, pálida, con ojos repulsivos de batracio, de uno de los cuales era ciego y del otro no veía bien, sólo era feliz con su corte de bufones, lisiados, enanos, locos, con los que gozaba contemplando sus peleas y reyertas.
Acompañado de depravados y libertinos, como el cardenal Pietro Bembo, autor de un impúdico poema, "Príapo", que se ufanaba de no leer las epístolas del apóstol San Pablo para no verse influenciado en su estilo, derrochaba en festines y en conciertos musicales en los que su participación, interminable y espantosa, dejaba sordos a los asistentes y en la desesperación a los que esperaban para despachar con él.
Su preferido, dentro del grupo de artistas de los que se rodeaba, era Rafael, siempre alegre, dispuesto y condescendiente, mientras que a Miguel Angel le tenía un temor inocultable y a Leonardo lo despreciaba.
Inclinado a lo raro y monstruoso, era escéptico y supersticioso, y tenía horror a la magia negra.
Rafael dilapidó una buen oportunidad para dejarnos una obra que ahondase en la negrura de un hombre que si por una parte recompensaba al autor de "Príapo", por otra confería plenos poderes al Gran Inquisidor Giorgio de Casale para calentar a toda Italia con el fuego de sus hogueras.
Se celebra un vía crucis en un malecón vacío. Todos hemos huido de esa caverna despiadada de contrición, queremos seguir pecando.