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14 de abril de 2008

PARAÍSO


Ya sentíamos el aliento del crepúsculo cuando mi amigo Humberto, conmigo de asistente manual, daba las últimas pinceladas a este lienzo investido de decadencia.


Habíamos hablado de un paraíso y de cómo volver a él; y entonces se le ocurrió esta creación de formas cinceladoras de unas carnes rebosantes, abundantes y dadivosas a lo vertical y a lo horizontal, embutidas en unos cuerpos esplendorosos y ávidos de goce.


El ave nos procuraría el instrumento del conocimiento para inmolarnos en este festín de sensualidad que ilumina una penumbra profética, que no nos trae más que ecos de una tierra perdida y en trance de desaparición.


Si el ocaso fuese la disipación en ese elíseo durante toda la eternidad, mi amigo Humberto y yo formaríamos parte también de esa plasmación del éxtasis plástico, ni hablar de quedarnos fuera.


Sin embargo, expulsados del edén seguimos, borrachos de imaginación y enfermos de fantasía. Tan rotos estamos que ni siquiera el malecón nos habla, nos hace reposar en la niebla y el olor del ron. Y de nuevo nos cubrimos con la máscara de una penumbra que nos tiene presos de por vida.




MASCARADA


Siempre que veo una mascarada, como ésta de Ensor u otra de Gutiérrez Solana, me deja fascinado la eficacia en el uso de unos recursos estilísticos con los que estos artistas obtienen esa estética de la crueldad.


El pintor, muy astutamente, ha sabido percibir la plasticidad de un tótem que gracias al secreto de la expresividad de que hace gala, consigue que la representación agote todas sus posibilidades.


Y tan es así, que la máscara por sí misma se convierte en persona que sabe reír, gesticular, bromear, aunque nuestra mirada, desvelada la incógnita, observa en sus rostros la podredumbre que la muerte al final nos depara. Por eso, necesitamos que nosotros seamos esas máscaras para engañarnos durante ese breve camino desde el despertar hasta la putrefacción. Un descendimiento -ese mortal signo cristiano- que no nos ahorra sufrimiento aunque nos agarremos al gozo desesperadamente.


Hoy el malecón nos saluda con un grito metafísico de presagio: la Venus del Caribe hará una visita y bendecirá a todos los moradores de este rincón marino. Mi amigo Humberto y yo, sin máscaras que nos oculten, recogimos la botella de ron y nos encaminamos fuera de esta frontera que con tal llegada se transformaría en un priorato de azabache y negrura. Nosotros deseábamos unas horas de luz que alumbrasen la pintura del crepúsculo.

10 de abril de 2008

EL TALISMAN


Una famosa tapa de puros fue en su día el faro de una nueva concepción plástica.


La historia parte de aquel grupo de pintores que alrededor de Gauguin se reunían en el pueblecito de Pont-Avent de la Bretaña francesa para, al hilo de su magisterio, abordar nuevas experiencias pictóricas.


Uno de ellos, Paul Sérusier, le pidió pasar una mañana pintando junto a él. En el transcurso de la misma tuvo lugar este diálogo:


"¿Cómo ve este árbol? ¿Es realmente verde?, le preguntó Gauguin. Entonces ponga verde, el verde más bonito de su paleta.


¿Y esa sombra es un poco azul? No tenga miedo de pintarla tan azul como sea posible".


Al volver a París, Paul les enseñó a sus amigos la caja, "en la cual se podía adivinar un paisaje sin forma, sintéticamente expresado en violeta, bermellón, verde veronés y otros colores puros, tales como habían salido del tubo, sin mezcla casi de blanco" (Maurice Denis).


Así se gestó este pequeño paisaje al que le fue puesto el título de "El talismán".


Mi amigo Humberto concilió el fondo de esta historia con él mismo y huyó hacia una materia en que hubiese tanta vitalidad como color. Cuando lo alcancé estaba todavía en blanco pero la sangre ya empezaba a empapar el lienzo. No encontré otro rojo más auténtico, me dijo. Y amparado en la penumbra comenzó a pintar escribiendo.

9 de abril de 2008

INCAPACIDAD


Yo nunca sé ver un cuadro, sólo lo percibo gracias a la intuición de una mirada que busca insistentemente las señales que se supone que debe emitir. Cuando las encuentro, considero que he de acentuar el conocimiento, examinar cuál es la concepción que me sirve en esa mutua interrelación.

Estos lienzos de mi amigo, el pintor cubano Humberto Viñas, constituyen una realidad que quiere explayarse con lo visible desde lo abstracto invisible de lo musical: unas mujeres fornidas desnudas que con su violonchelo inundan de notas melancólicas un malecón silencioso que estuviese aguardando una muerte largamente anunciada.




  • Y hacen posible lo imposible: una transfiguración que nos permite verlas a nuestro lado, tocar su piel, acariciar su cuerpo, besar sus diminutos senos. Lo peor fue que tanta belleza se diluyó cuando, a traición, llegaron las sombras y los sones melodiosos retornaron a su naturaleza original de sonidos vibrantes.
  • Ya en el taller, insistí en que mi mano condujese la suya y no al revés; tenía derecho, después de tantas telas coloreadas, a pintar sabiendo, por fin, ver. Pero no fue posible; él, ante mi impotencia, retomó la dirección y, como gran demiurgo de penumbras que era, ordenó siluetas, formas, líneas. La gran mancha rojo de fondo -la quiero llamar así- anegaba de llamas un icono musical dedicado a Eros (el rito dionisiaco del cuerpo por delante de la cabeza). El blanco rosado de la carne se consumía en ese incendio y los cuerpos se movían a la captura de ese éxtasis sinfónico magistral.
  • Al llegar el alba se nos había acabado el ron y no sabíamos si había sido una revelación o fruto de un anhelo que nunca habíamos dejado de perseguir. Pero no, allí estaban y allí las dejamos que siguieran pulsando un aria que se prolongase en esa eternidad sin horas que a mi amigo Humberto y a mí nos está alcanzando.

8 de abril de 2008

LOS SIMBOLISTAS


Delacroix, en una de sus declaraciones, auguró la aparición de los simbolistas:

"En su alma el hombre tiene sentimientos innatos que los objetos reales nunca lograrán satisfacer, y la imaginación del pintor y del poeta pueden dar forma y vida a estos sentimientos".

Con ello ya estaba proclamando el nuevo sesgo que la pintura había de tomar, una dirección que abandonaba la mímesis de lo exterior para hacer visible lo interior.

Y añadía:

"Hay un viejo fermento, una tenebrosa profundidad que pide satisfacción".

En estas palabras se condensa lo que después serían las preocupaciones estéticas de un Gustave Moreau, un Pierre Puvis de Chavannes o un Odilon Redon, sin olvidarnos de Gauguin.

Maurice Denis, ya en ese camino, escribía a Edouard Vuillard: "cualquier emoción puede ser el tema de una pintura".

Y Gustave Moreau, uno de los grandes protagonistas, manifestaba que "creía sólo en lo que no veía y únicamente en lo que sentía".



  • Odilon Redon, otro de los grandes protagonistas, decía:
  • "Quiero hacer vivir seres improbables como seres humanos en cuanto sea posible, aplicando la lógica de lo visible al servicio de lo invisible".
  • "Someter las tormentas de la imaginación a las leyes del arte para llevar al espectador hasta las fronteras del pensamiento".
  • Como colofón, hemos de señalar que los simbolistas consideraban el arte no sólo distinto a la vida sino superior a ésta, en el sentido de que la verdadera es la creada por el arte. Fueron asimismo precursores del surrealismo, incluso del expresionismo abstracto, del tachismo o del realismo fantástico.





Mi amigo Humberto y yo, de camino por el malecón, inferimos que, además de ser él un simbolista a su modo, no había mayor angustia que retornar a un sitio donde no anidan más que símbolos que no consienten ser tocados, pero adoctrinan sobre su realidad. Cuando intentamos cogerlos se deshacen y nos dejan un aroma a sed insatisfecha que ni el ron puede saciar.

7 de abril de 2008

RAFAEL PIEDEHIERRO


En Rafael Piedehierro revive el artista renacentista. Pintor, escultor, ceramista, fotógrafo y poeta, en él desagua un manantial de múltiples fuentes culturales, pero todas encauzadas a la idea del hombre y su destino.

Mantiene un duro pugilato con lo que la naturaleza humana va desvelando de sí misma y de ese combate siempre sale con magulladuras, aturdimientos y tristezas. Su obra, y en concreto la serie "Las personalidades del hombre", es fruto de un melancólico escepticismo, un moderado pesimismo y un lúcido desconcierto.

Sus rostros son aullidos de nuestro futuro, trasfondo de nuestro pasado, gárgolas monstruosas que asisten a un corrosivo ceremonial mortuorio. Él, en su vertiente de escultor, como Rodin, modela sombras para descubrir el pensamiento y lo que descubre no quiere verlo.

Este artista y humanista extremeño tiempo tiene de seguir vertiendo pensamientos, signos, formas, en una labor constante que guarda significados en tumbas que después descubriremos como tesoros escondidos en cofres.






Mi amigo Humberto y yo desertamos de un taller al que ya le cubren clamores de silencio, y nos vamos al malecón a esperar la hora de las rumbas.

El mar sestea y las sirenas mestizas cantan como si se celebrara la fiesta de la libertad. No se han dado cuenta que a un himno sin ron, atabales y congas ya no le queda nada de ella.

UMBRALES INCIERTOS