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19 de febrero de 2008

TEORIAS


A propósito de esta obra, "Invitación a la batalla", del artista colombiano Javier Bossa, me he planteado cómo reconozco una obra de arte o lo que yo considero que es un objeto artístico. Este empeño me ha llevado a reflexiones y conclusiones como las siguientes:


- No lo es en virtud de la actividad o de la forma en que se practica.


- Tampoco lo es por corresponder a una acción intencional, ni a un motivo, ni a un fin.


- Ni siquiera exclusivamente porque haya una tematización.


- Menos aún si conjuntamente se da el descubrimiento de una imagen y de su representación.


- También debe rechazarse si de lo que se trata es de que únicamente esté provista de cierto significado o un contenido o de un lenguaje.


- Y ha de desestimarse que lo es cuando responde exclusivamente a unos cánones, códigos, normas o convenciones.


Lo cierto y verdad es que he adoptado a mi modo la teoría institucional, que es la más aceptada y practicada interesadamente por lo que controlan este mercado, por la que la obra de arte sólo lo es en la medida en que yo le confiero ese reconocimiento. Y, por lo tanto, todo espectador tiene perfecto derecho -y así lo está llevando a efecto- a orientarse por sus propias hipótesis, creencias, criterios o inclinaciones en materia de arte.


Esta proposición es tan discutible como cualquiera de las descartadas más arriba y precisamente, dada esa incertidumbre, tan válida y útil como ellas.


En definitiva, construyamos nuestro imaginario bajo nuestras propias premisas y dejemos que el malecón habanero detenga la multitud de teorías que nos invaden. Y si algunas, debido a los grandes oleajes, rebasan el muro, tendremos que invitarlas a brindar con un vaso de ron.

18 de febrero de 2008

DECADENCIA


Después de estar de lazarillo de la mano de mi amigo Humberto toda la noche en su taller, escasa pitanza pictórica obtuvimos. Cuatro trazos, cinco pinceladas, texturas fosilizadas, tramas con telarañas anónimas. En definitiva, las formas se nos escaparon, volaron o se diluyeron en el cáliz nocturno.


Ya al filo del amanecer nos pusimos en camino hacia el malecón y entre ron y ron meditamos sobre la decadencia que tan ingratamente se había mudado a su retina y a su delirante mente. Pero entonces recordé aquellas palabras de Thomas Mann:


"Decadencia también puede significar depuración, profundidad, ennoblecimiento; no tiene por qué tener relación con muerte y ocaso, sino que puede ser elevación, exaltación, perfeccionamiento de la vida".


Y esa evocación nos reconfortó tanto que lo celebramos con otro ron del oriente, mientras las peligrosas ondinas de piel chocolate nos intimidaban con aquellas caderas capaces de hacer exhalar un último suspiro a un difunto secular.


Por lo tanto, nos quedaban nuevas realidades que desentrañar, reflejar y desarrollar, pues hace falta, como apuntaba Bertolt Brecht, combatir las falsas innovaciones en unos momentos en los que se trata ante todo de que el hombre se limpie la arena que le han echado en los ojos.


Bien es verdad que mi labor de lazarillo sin paga en la creación de esta obra cumbre de la decadencia me libraba de ocasos borrascosos y níveas giselas de luna. Pero Humberto no se escapaba y había de pasarse el día debajo de la cama pidiendo perdón a una hada para evitar que lo convirtiese en culebra cetrina.

Cuando, después, volvíamos a estar juntos me decía: no hay mejor pincel que una piel que te habla y suspira.

16 de febrero de 2008

MADRID ART


Ayer por la mañana visité el Madrid Art en la Casa de Campo. Fueron más de tres horas que resultaron extenuantes y agotadoras, porque además, aunque la afluencia no era demasiada, nunca consigues el reposo necesario para que la mirada capte toda la intensidad de lo que se ofrece.


Los abstractos y los matéricos corrían unos en pos de otros tal si se tratase de una carrera de galgos. Ràfols-Casamada, Angel Haro, Carlos García Angulo, Feito (esa competiviva lid entre el negro y el rojo, nuestros colores emblemáticos), Tápies, Saura (éste es algo mucho más hondo), Antonio Suárez, Esteban Vicente, José Guerrero, Canogar, José Manuel Ciria, Josep Guinovart, Alberto Reguera, Uiso Alemany, Antonio Bujalance (todo un descubrimiento por esas maravillosas y prodigiosas vistas desde el espacio; una geografía que hace al vértigo atractivo), Viola, Rudy Lanjouw, etc.

Capítulo aparte merecen Miró, ya muy visto y frecuentado, Barjola, Clavé, Agustín Ubeda y Manolo Valdés.

De Barceló se exponía uno de los cuadros más grandes pero no de los más significativos de su obra. Creo que su precio rondaba los tres millones de euros.

El alemás Stefan Hoenerloh hacía una propuesta de geografía urbana ensimismada en su propia soledad y decrepitud que ensombrecía la visión. Juan Genovés incitaba a adentrarte en un mundo en perpetuo movimiento, sin destino fijo, que a modo de tesis planteaba como una respuesta con incógnita.

Y cómo no, Gordillo, Fernando Botero y Karel Appel, sin olvidarnos de Pedro Txillida y Bonifacio.

Pero al final debo dejar constancia de una obra que impregnó mi imaginario, tan poblado de memorias de ultratumba, como fue la del pintor portugués Antonio Macedo, alegoría del hombre que se retrata sí mismo en un cementerio de huesos. Sólo le faltaba la botella de ron y un malecón para para bañarlos.

14 de febrero de 2008

GLÚTEOS


Volvemos a hallarnos en el malecón a la anochecida, aparcados como dos vencidos en busca de un farol convicto. De cara al mar unas ninfas morenas en cuyos glúteos nunca se pone el sol, celebraban la fiesta del viento y la desaparición del huracán. Nosotros imaginamos que eran metamorfosis que cegaban la retina.


Entonces fue cuando mi amigo Humberto me dijo que los poetas muertos eran insaciables y que a pesar de haber bebido su alma, no tenía la visión trazada para la continuación de una obra que ayudara a descubrir nuevas dimensiones de la realidad. Debía descubrir como fuese su ritmo interno, su misterio oculto, la luz invidente y la oscuridad sin sombra. Y hacer que sus habitantes vivan en la tela con hambre y sed de existencia.


En ese momento la botella de ron llamó a retreta y nos encaminamos de vuelta, con tal mala suerte que al chocar (¡Atrévete, Humberto Viñas, atrévete!) su mano derecha con una de esas pedregosas nalgas, se le quedó rígida.


Ahora, igual que le aconteció a su querido Renoir, tengo que apretarle los tubos de color en la paleta y atarle a la articulación de la mano un pincel que sostiene con un dedal y dirige con el brazo.


Pero no importa, nunca será tan buen pintor como a partir de hoy, en que ha descubierto la desesperación. Palabra de Eros.

UMBRALES INCIERTOS