- La mexicana URUETA sentía la angustia de su tierra, la aspereza de su sol y la tonada de la muerte cultivando su flor. Esa configuración y creencia la pintaba en los soportes como depósito de la memoria y del sueño, una vez fabricados.
- Cada una de sus pinturas era un elogio de la vida y un ensalzamiento de la muerte, hasta incluso la más cruel. Su cromatismo tomaba como base lo acontecido para transfigurarlo en una leyenda hasta hora inédita y desconocida.
- Tanto en su figuración como abstracción blandía el empeño de lo que empezaba y no quería terminar, porque esa realidad se negaba a desaparecer al estar vinculada con la historia de una tierra que no dejaba de disparar. Tal vinculación la fortalecía para seguir, no la debilitaba para salir y olvidar.
Es la voz de las ciudades enfermas sin remedio
-las láminas, los dados, las varillas-
El ubicuo motor y el desconcierto
de una época que se disipa.
(Alberto Blanco)
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