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17 de junio de 2017

ANDREAS ANGELIDAKIS (1968) / TENGO QUE SORPRENDERME A MÍ MISMO


  •  Un autor fue muy rotundo al afirmar que en el arte la intelectualidad pura es una abstracción monstruosa, que cuando se ha consumado ya no queda nada, absolutamente nada. Ni siquiera, añado, el papel en que se ha materializado.


  •  Pero la obra del artista y arquitecto griego ANGELIDAKIS es totalmente distinta, porque fusiona ambos aspectos con una gran eficacia, de tal modo que la impronta visual y plástica tiene ese timbre espectacular que seduce, aunque después venga con una suculenta carga de ironía. 


  •  Lo que más irradia en estas instalaciones/arquitecturas es su halo imaginativo, que introduce múltiples variables en una misma construcción, con lo que abre un cúmulo de sensaciones con el que se conjuga una contemplación minuciosa, que al final nos remite a un pensamiento que está al borde de surgir.  


  •  Estos planteamientos que son auténticos puzzles están endiabladamente incardinados en lo estético como forma y espíritu de ser en el tiempo, de hipótesis y su contrario, de que la creación no puede detenerse más que para cerrar la puerta a lo monstruoso feo, al otro no nos queda más remedio que salvarlo.  

Pues es la conciencia la que trae el pasado a la realidad, que es un modo de mandarla al infierno, de librarse de ella.

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