- Mi amigo PEDRO MORILLO lleva unos meses recluido en su tierra, La Mancha, a la búsqueda de una fortuna entre los sarmientos, las vides y el humus. Fortuna que para él es equivalente a la práctica hereje del arte, porque si fuese de proceder ortodoxo no bebería más que de un mismo cáliz.
- Y empieza por confesarme una mentira: que esa escultura tallada la encontró en un viaje de exploración entre el monte y la campiña. En parte es cierto, allí estaba pero sin asombro ni portento. Él la sacó del no ser hasta convertirla en una deidad telúrica triste, acongojada, por haber estado privada de ese portento misterioso tanto tiempo.
- Para alegrarla, creó dibujos que hacen que la forma sea ingrávida, juguetona, ondulada, como un pájaro de las zonas inferiores o un barco místico de la vida. Este pez aúreo es así un símbolo de la marcha del mundo a través del mar de las realidades no formadas.
- Pero la mariposa esmaltada, vidriada, se le ha colado por la ventana del estudio y a través de su esplendor ronda secretos, caballeros ocultos, suelos fértiles y de encantos cromáticos que reflejan un cosmos hecho a su medida.
- No puede tampoco terminar sin debatir sobre este mundo y por tanto la factura arquitectónica de su pintura es una fusión entre el orden establecido, celular, a base de colmenas, y la libertad de lo que en la línea gruesa y curva y el círculo desordenan. A modo de un boceto que tiene un claro significado contemporáneo del encuentro entre estrechez del espacio habitacional como espejo de la existencia y de la aspiración exaltadora que al mirar por la claraboya nos acomete.
- Yo no tengo la culpa
- de haber bebido
- desde tan joven tanta sed de sangre,
- tanto deseo de morder la vida,
- tanto amor.
(Ángel González).
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