29 de enero de 2010

MARTIN KIPPENBERGER (1953-1997) / PARODIA

  • Alguien dijo que los nuestros son iconos vacíos y la única religión entronizada en las galerías de arte es la ironía.

  • Y también rescatamos, en la novela "Doktor Faustus" de Thomas Mann, el que un personaje escribiera que el arte progresa gracias a la personalidad que es a la vez producto e instrumento de su tiempo y en la cual se conjugan hasta identificarse e intercambiar sus formas lo subjetivo y lo objetivo. El progreso revolucionario, la gestión de la novedad son necesidades vitales del arte, que sólo pueden verse satisfechas por el vehículo de un subjetivismo lo bastante fuerte para rechazar los valores tradicionales, para comprender su agotamiento. El cansancio, el tedio intelectual, el asco por los procedimientos conocidos, el maldito impulso de ver las cosas iluminadas por su propia parodia, el sentido de lo cómico, son el recurso de que el arte se sirve para manifestarse objetivamente y realizar su esencia.

  • ¿El alemán KIPPENBERGER y este protagonista novelesco se habían llegado a conocer? Desde luego que si no es así son muy ciertas las coincidencias de criterio y análisis que manifiestan, uno disertando y el otro montando una plástica paródica, iconoclasta, insolente, provocadora, obscena y nihilista.

    • La mirada ya no disfruta ni se pregunta, ni trata de desentrañar (¿por qué una rana crucificada y no un asno, del cual se han encontrado numerosas representaciones simbolizando a Cristo. Es más, los romanos llamaban a los primeros cristianos asinarii, o adoradores del asno. Incluso el mismo nombre de Yahvé -uno de ellos, en concreto "Iao"- podría tener como origen la onomatopeya de un rebuzno) o deslumbrarse, ante esta obra es lo contrario, oscila entre la indignación, la desestimación, el silencio, el estupor, la tolerancia, la afirmación, la duda, el aprecio, la captación y la sonrisa.


      • No hay vacilación en el autor, ha buscado a propósito estos efectos y reacciones, los ha incardinado en el discurso que emana de su trabajo poniendo énfasis en la nula validez de creencias doctrinarias, fundamentalismos o fanatismos enquistados en unos valores hipócritas, ya sean artísticos, estéticos, religiosos o políticos. El arte ha de ser siempre lo contrario, según su alegato, lo que nos incite a asustar y destruir porque lo construido no sirve ni servirá. Ya no se habla o se siguen patrones o cánones, reglas o normas, ni siquiera directrices, sólo hay que postular la lucidez de la locura, sea o no creativa. ¿Eso es el arte?

      • Mi amigo Humberto esconde sus miserias entre los pinceles pero cuando viene al Malecón se ha puesto rímel, tacones y peluca rizada. Soy jinetera y jinetero, masculino y femenina, me dice, tal como la ramera de esta isla que tiene que fornicar con todos los que pasan por ella. Bebimos de la botella de ron hasta que nos cansamos de maldecirla.




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