La bohemia alcanzó un jubiloso significado cuando el artista gallego Urbano Lugrís hizo de ella un encuentro con los arraigos y las fibras más recónditas del alma gallega.
Pintura que nace del himno a ese mundo en el que se entrecruzan leyendas, mitos, fábulas y tradiciones, su obra le da el hálito que necesitaba merced a esa magia del color que sólo un pintor como él puede crear para que nuestra mirada llegue a donde él quiere que se pierda y errabunda penetre en otro ámbito.
Pintura de amplios espacios de tonos suaves, festivos y melancólicos, de mares que son desiertos de luz, de ritos que se celebran por medio de la poesía de un tiempo que el óleo pigmenta de realidad inalcanzable.
Galicia nunca debe olvidar a Lugrís pues de hacerlo arrasaría una parte de sí misma, quizás una de las más esenciales y vitales.
Mi amigo Humberto no se entiende con el pincel, ni con su mano, se pasa el tiempo mirándolos y tratando de dialogar con ellos, pero no hay manera, no se ponen de acuerdo si pintar en yeso un malecón ebrio y lúbrico o en acrílico un cadáver nostálgico de verdades sin mentiras.
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