En "Memorias de mi vida", Giorgio de Chirico nos ofrece la imagen de un artista y hombre atribulado y obsesionado por supuestas envidias, odios, desprecios y enconos. Y él, sumido en un profundo resentimiento desde mediados de los años veinte del siglo pasado, execra a los pintores y artistas de su tiempo con una inquina inusitada, tal como se recoge en estas citas:
"Y no tenía nada de pintor muerto de hambre, de genio pálido, tipo Modigliani, que en una buhardilla helada sufre por perseguir su sublime ideal, soñando con la obra maestra que le traerá fama y dinero y que, a menudo, es un formidable "costrón", como lo son las figuras y los retratos de Modigliani, llamado por los "esnobones" Modí".
"Ciertos pintores modernos, ya adultos y algunos ya viejos, cuando quieren pintar fruta y otras cosas, no consiguen más que bribonadas que parecen estiércol de cuadrúpedos, o lava enfriada o barro seco".
"Los surrealistas, campeones entre los campeones de la imbecilidad moderna".
"Cuando se trata de "hinchar" a pseudogenios como Cézanne o Van Gogh..."
"No tenía nada que ver con los pintores actuales, con los "los modernos", que sólo tienen un defecto, pero grande: son cualquier cosa menos pintores".
"Al poco tiempo de llegar a París, encontré una fuerte oposición por parte de aquel grupo de degenerados, de canallas, de hijos de papá, de holgazanes, de onanistas y de abúlicos que, pomposamente, se habían autobautizado como surrealistas y hablaban hasta de "revolución surrealista" y de "movimiento surrealista". Este grupo de individuos poco recomendables estaban capitaneados por un sedicente poeta que respondía al nombre de André Breton, que tenía como ayudante de campo a otro seudopoeta llamado Paul Eluard, que era un muchachote palido y banal, con la nariz torcida y una cara con algo de onanista y algo de cretino místico. André Breton, además, era el tipo clásico de asno pretencioso y de arribista impotente".
"Empezaron a redoblar sus tambores alrededor de los cuadros de ese melancólico seudopintor que responde al nombre de Salvador Dalí, que después de haber initado a Picasso, se había puesto a imitar mis cuadros metafísicos, de los que no entendía nada y realmente nada podía comprender un tipo como él. Este Salvador Dalí es un antipintor por excelencia, incluso por su cara e incluso por su nombre".
"Los ridículos Cézanne de siempre, los Matisse mal dibujados y sin forma de siempre, los Braque planos y falsamente decorativos de siempre, etc., algún buen Picasso, algún buen Renoir y algún buen Derain".
Solamente salvó de este apocalipsis a los siguientes pintores: Romano Gazzera, Kanzikis, Picasso, Derain, De Pisis, Annigoni, Sciltian, Aldo Carpi y los hermanos Bueno.
Mi amigo Humberto y yo estábamos anonadados por la magnitud de unos testimonios desproporcionados, nada serenos, impropios de un artista de tamaña categoría. No nos queda otra opción que seguir ampliando esta semblanza hasta captar una mínima parte del carácter de este personaje, clave en la pintura de su tiempo, y considerado por muchos un auténtico pionero de las vanguardias históricas.
Intentamos cerrar nuestros oídos a las voces del malecón, tan insidiosas unas y seductoras otras, que en estas largas horas de la noche entonan ritmos yorubas que nutren el rito de la virgen mulata desposada con el mar antillano. Nosotros, mancos y cojitrancos, escapamos de una ceremonia que podía dejarnos también tuertos y sin paladar, y entonces ¿para qué nos serviría el ron?
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