Hay evocaciones inesperadas. Y esta vez le ha tocado a esta obra de mi amigo Humberto, que él titula como "La sin magia de la caricia", que configura el reconocimiento a partir de un lenguaje poético que se construye a base de rostros, gestos, brazos, manos y cuellos.
Las sensaciones se hacen realidad táctil porque las tonalidades tenues, casi transparentes, nos incitan a ir hallando caricias, rozamientos, ademanes, en definitiva, que nos identifican con esos cuerpos devorados por la angustia.
Es como un paisaje que se delimita a través de los miembros, que llega a la cima de sus cabezas a suplicar un descanso y un perdón, y que al mismo tiempo desemboca en una contemplación emocionada. Tal es el socorro a una manos que aguardan la fortuna de una simetría alada. Misterio que nos envuelve y se hace manifiesto, y además se proclama piel en nuestra piel.
Mi amigo Humberto y yo, agotados los ojos de tanta mirada ciega, pretendemos leer un manifiesto en el malecón convocando a todos sus habitantes. Llegaron casi todos en la noche y ya no cabían más. Nos dijeron que estando ciegos no podíamos declamar, así que se inmolaron en una danza que nunca acabó de terminar. Al amanecer regresamos a la penumbra llenos de sed para beber un trago de soledad.