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14 de marzo de 2008

DESTINO DE LA PINTURA


Son muchos los siglos en los que la pintura ha sido un permanente signo de referencia, formando parte de nuestra identidad, mejor dicho, de una manera muy concreta de expresarla.


Sus desarrollos y continuas mutaciones han sido los espejos de sociedades y civilizaciones, y nunca, con mejor o peor fortuna, le han faltado intérpretes, aunque ha sido el siglo XX el que con su imparable aceleración ha concebido transformaciones sucesivas que se devoraban unas a otras.


Ahora, en la situación actual, parece que entramos en un periodo en el que cada día se formulan nuevas tesis y teorías, cada cual más sofisticada, tecnócrática y hermética, donde los perfomances e instalaciones fugaces sustituyen los iconos históricos que han nacido siempre con una vocación de permanencia visible, no efímera. Y ahí están los museos para corroborarlo.


Pues bien, habrá que empezar otra vez, habrá que ir al origen y buscar formas y dimensiones que se encuentren todavía ocultas y se mantengan secretas, y permitan la genuina recuperación de la pintura tal como se ha entendido que debe ser. Si es un arte de la luz, como dice Félix de Azúa, hagamos que lo sea.


Simplemente hemos de pedirle que sea la marca visible que acune la soledad de una humanidad vencida. Y la acune lo más cercana posible, casi a nuestro lado. ¿No es mejor que esté en todas partes si denota lo que es propio e intrínseco a ella?


La nocturnidad en el malecón no dejaba ver pero presentías que era la ocasión para las barracudas de acercarse a comprobar que aún la mudanza no batía el mar y los desechos seguían sin tener un contenido que mascar.


Arriba, mi amigo Humberto en su taller, probaba por enésima vez el modo de pintar sin estar presente, sólo la metáfora de un vaso de ron reemplazándole. Fue inútil, no ha llegado todavía el momento de descubrir el misterio de tal innovación, ni siquiera estando en persona en la imaginación.

11 de marzo de 2008

MI RETRATO


Mi amigo Humberto hizo, por fin, mi retrato, y, tras unos instantes ante él, no supe que decirle.


Miguel Angel, ante las protestas de los Médicis, les contestó:


"Dentro de mil años a nadie ha de importar el aspecto de vuestras mercedes".



Max Libermann le replicó a un cliente disgustado:


"Su retrato, señor marqués, se le asemeja mucho más de todo cuanto usted pueda llegar a asemejarse a sí mismo".



Picasso tuvo que consolar a Gertrude Stein:


"No te pongas así, mujer; ahora no te pareces mucho, pero ya te parecerás".



Mi amigo Humberto, consciente de mi silencio, me manifestó:


Este retrato tuyo que nunca quise hacer recupera lo que tienes de imprescindible. El resto lo he desechado por inservible. Y lo imprescindible es aquello que no es posible: como una carátula hecha sin espacios, sin palabras, sin materia , sin origen, sin ni siquiera luces y sombras. Y en cambio yo he llegado a concebirte a pesar de todo. Incrústate ahora en la efigie y de esta forma podrás maldecir tu imposible destino .


Y habiéndolo hecho lo abandoné en la noche sin una gota de ron, y sin rumbo y en mi desfraz de fantasma me harté de contar mulatas que estaban mitigando ardores en un malecón que hoy le daba por bautizar espumas rugientes para detener el viento.


10 de marzo de 2008

DE NUEVO EL ABSTRACTO


El abstracto ha ambicionado desde su nacimiento ser la sublimación de la pureza. Rechazaba lo reconocible en aras a construir una realidad interior, autónoma, que se formaba a partir de un sentimiento del color.


Kandinsky, el casual descubridor, no quería que entre su ojo y el color mediara la referencia a un objeto, deseaba verlo en sí mismo, liberado de serviles compromisos con los cuerpos de las cosas.


Malévich, en su obra "Cuadrado negro sobre fondo blanco", explicaba que el cuadrado negro es la sensibilidad y el fondo blanco es la nada. ¿Había un mejor modo que el suprematista para significarlo?


Piet Mondrian aspiraba a que la pintura fuese de tal pureza que no se detectase la mano del pintor. Sólo toleraba la gama pura (rojo, amarillo y azul) y la ausencia de color (blanco-negro).


Mark Rothko, cuyas grandes telas decoraban despachos, salones y salas de juntas de los millonarios de Wall Street, pensaba que en su pintura se descifraba el secreto pero el inmediato acceso al terror salvaje, al sufrimiento, a los caminos cegados y a las aspiraciones muertas que yacen en el abismo de la existencia humana. Acabó millonario también pero suicidándose.


Después de estas reflexiones, mi amigo Humberto me reveló que aunque el color era un ser viviente que como tal se manifestaba en su paleta, era incapaz de transformarlo sin la consistencia de otra presencia, sea quien sea. Una confesión que nos sumió en un ensimismamiento tal que estuvimos ciegos ante una carne de ébano que nos brindó poca sombra y mucha sed. Sin la epifanía de estos cuerpos, sentenció, el color corre el peligro de extraviar su ser. El ron le dio la razón.

ALBOROZO


Hoy, el malecón tiene tanto sabor de sangre que hasta las salpicaduras de sal que nos mojan son de color rojo. El sol quema la respiración y los peces, asomados al dique, quedan muertos de no poder saciar la corrosiva sed que les aflige.

Mi amigo Humberto y yo nos hundimos en esa atmósfera de desventura que el silencio de una algarabía oscura no nos había dejado de perseguir desde el alba. Y el ron ya no daba para ninguna celebración del arte. Decían que estaba muerto.

Tan muerto como Empédocles, que se arrojó de cabeza al Etna, o como Crisipo de un ataque de risa, o como Heráclito cubierto por una nube de excrementos, o como Diógenes devorado por unos perros, o como Aristóteles al ahogarse intentando llegar a la isla de Eubea, o como Epicuro comido por las lombrices, o como Pitágoras al no atreverse a cruzar un campo de habas.

Entonces nos subimos al muro, nos zambullimos y caímos al fondo. Pero todo fue inútil, unas sirenas mestizas nos rescataron y con una ternura impropia de ellas nos depositaron en las rocas. Al despedirse, le dijeron a Humberto que nos salvaron porque alguien tenía que seguir pintando lo que no podía verse.

A pesar de la mano manca y el pie cojo, el regreso al taller lo hicimos con gran alborozo, tanto que hasta los habitantes del callejón salieron de la penumbra.

8 de marzo de 2008

INGRES


Louis-François Bertin, propietario y fundador del Journal des Débats, encargó a Ingres su retrato. Éste, profundamente impresionado por el personaje, se encontró con grandes dificultades y después de varias semanas de sesiones y ensayos, no tenía nada que mostrar. Un día fue tal su desconsuelo que rompió a llorar, lo que hizo que Bertin le consolase con estas palabras:



"No se preocupe por mí; sobre todo no se atormente. ¿Quiere empezar de nuevo mi retrato? Pues muy bien, cuando quiera. Nunca conseguirá cansarme, y si desea algo de mí, aquí me tiene a sus órdenes".



Ante el repentino gesto relajado de esta celebridad, mientras se hallaba charlando en el jardín tomando el café de sobremesa, Ingres, ya repuesto y con el semblante iluminado, se acercó hasta él y le dijo al oído:



"Venga a posar mañana: su retrato está hecho".



Hoy este lienzo es considerado una obra maestra.



Ya en un malecón jubilosamente lleno de musas atezadas tocando ocarinas, y entre trago y trago de ron, se me ocurrió hacerle un comentario a mi amigo Humberto sobre si él podría atreverse con un retrato mío. Su respuesta todavía la estoy tratando de descifrar:



"Yo no lloraría pero no dejaría de gritar a la vista de la pose de un amuleto obsoleto y envejecido que con el transcurrir del tiempo se encariña a una mágica devoción del yo.


Y no es así, pues ese individuo que tú eres se protege en una materia de hojalata inconsistente e inestable -¿cómo podría pintarla?- pero de oxidación irreversible e inutilidad sobreviviente a la merced de un ritmo que ya se apaga. No puedo retratar polvo en el viento".


Se fue la mañana y nos dejamos llevar por un viento que cruzaba la isla y nos despojó del aliento. Caminamos en soledad y sin poder vernos a través de las sombras que inundaban las ruinas.

7 de marzo de 2008

MITO DE HIELO


"Mito de hielo", este reciente y fascinante lienzo de mi amigo Humberto que me ha permitido darle este título, ofrece un testimonio inigualable de como en la mente de un artista se vislumbra primero y cuaja después un pensamiento imprevisible ligado a la historia y la simbología de una tierra, pero mediatizado por la angustia aciaga de que ésa es la suya, la que bendice y maldice al mismo tiempo.



Es sin lugar a dudas la prueba de un advenimiento a la imaginación de una necesidad telúrica que se gesta conforme a los sedimentos culturales, sociales y étnicos de una isla que siempre parece estar reivindicando un pasado que no tuvo y un futuro que ya ha pasado.



Humberto ha sido ese agente inconsciente de este resurgimiento del mito a través de un presente que está congelado, que es de un acero que ni siquiera flota en unas aguas manchadas por un sol ya cansado de alentar inútilmente el nacimiento de nuevas crónicas a las que concurrir con otras ansias.



Y él siente el frío inmisericorde del puñal, el hielo implacable del hierro y la criatura alada que con ellos amenaza la vida de unos habitantes que a falta de confines quieren seguir dormidos. Y si despiertan es para oír una música que atrone ámbitos carentes de furias invictas. Así lo ha pintado y así será para él si se para a pensarlo pese al miedo a verse atrapado o aprisionado dentro de la figura en la que ha colocado parte de sí mismo, sobre todo cuando ésta empieza a experimentarse como un impulso que escapa a su control.



Hoy estoy solo en el malecón, en un anochecer que enfría el alma y no me deja ver ese color "prieto", fiel exaltación de una orografía que desea, fornica y ama a pesar del férreo hielo. Y tampoco, en este desconsuelo, me acompaña el ron. En el retorno sin él he extraviado otra edad.

5 de marzo de 2008

ANTONIA EIRIZ


Una ficticia Antonia Eiriz, la gran pintora cubana, nos decía a mi amigo Humberto y a mí, cuando nos veía juntos al arrimo del malecón, que a ella sólo le preocupaba dejar impresa una seña ontólogica en sus cuadros.



Y nosotros pensábamos que esa seña era el pasado de una isla y sus habitantes que vuelven la cara hacia el futuro y en él siguen descubriendo el mismo dolor que les hizo. Eiriz recoge ese significado pictórico y lo conmina a aparecer y manifestarse como un martirio sin cruces ni sudarios, únicamente como un son pagano con el que baila una carne frágil y vulnerable y también atormentada.



Visitamos de nuevo el Museo Nacional de Bellas Artes y, ante sus lienzos, extendimos nuestros brazos lo suficiente para palpar aquellos seres torturados de por vida, y que ella quiso que siguiesen así por toda la eternidad. Seguro que lo ha conseguido.



Caminamos de regreso por un malecón que vimos con otros ojos y saboreamos con otras bocas. El mar esparcía restos que no nos dejaba pisar aunque Humberto, atrapado por un sol sucio sin ansia de nada, trataba de percibir la matriz de su contingencia para poderlos pintar. Todo fue inútil. Y además ya habíamos abandonado atrás el ron que nunca dejaba de hablarnos de lo que presentía, lo que vivía y lo que sufría. Ya no lo queríamos ni para eso.

UMBRALES INCIERTOS