- No me desoriento al mirar los mapas cromáticos del artista norteamericano Tack, es el comienzo por verificar que lo que se plasma no es lo insólito del contexto en el que vivo sino el ámbito que me hace pensar en las paredes de mis esquinas, en los recodos que emiten tonos de idas y llegadas, en los trayectos y paseos al atardecer con una luz que provoca pálpitos de lo que sustancia el pensamiento que se escinde entre lo turbio y lo claro.
Este pintor, otro fundador de códigos, acaricia texturas que tengan extensión en la mirada, que se desparramen invocando la esencia que concilia claridad, complementariedad y el postrer efecto de ver tanto los firmamentos como los reflejos que queda de ellos, sin que la duda nos transporte más allá de sus propias áreas tan bien predeterminadas.
En estos altares es en donde se alumbran visiones que nacen para vivificarnos en ellas y captar lo que tienen de no sacralización de un éxtasis que ya no la necesita.
- Mi amigo Humberto y yo cada día cargamos menos sacos cuando vamos al Malecón. Nuestras escasa pertenencias son almas tuertas, remordimientos devorados, frustaciones almorzadas a destiempo y rones acumulados con desidia. Y encima el Malecón nos condena a cavar túneles que nos contagian el desprecio de que nunca seremos capaces de fugarnos por ellos. Mojamos el descrédito aguardentoso en unas espumas que con su sal nos van incinerando poco a poco. Ya no nos vale ser animales piadosos.
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