9 de octubre de 2009

JOSÉ IBARROLA (1955)



Hay un hilo conductor en toda la obra del artista vasco José Ibarrola en su búsqueda del logro de lo imposible: hacer que la materia pintada se convirtiese en intangible. Tal es el propósito de conseguir que el color dimensione lo incorpóreo para que quede la pureza de un simbolismo que cultiva la síntesis entre mar y personajes, pues uno es el espejo de los otros.
Plástica muy meditada y meditabunda que halla su propia naturaleza en la construcción de las formas y la pigmentación fría de sus pieles y recubrimientos, que aborda nuestra mirada con la desnudez de sus espacios ubicados ante un horizonte que nunca se deja tocar.

El misterio también ahonda en la percepción de esas tonalidades planas que saben más de lo que muestran y que nos desafían a esperar como ellas esas sensaciones de tránsitos hacia lo que nos sostiene y conforma.

Un trabajo que ha contraído deudas, que ha sabido pagarlas y ahora extiende sus créditos en un plano poético que precisa la soledad final que abarca un universo que no dejará de extinguirse en tanto lo intangible sea la medida de lo tangible.

Me dice mi amigo Humberro que le agota oírme el siempre y el nunca. ¿Pues qué quieres? Siempre estamos esperando y nunca llegamos. ¿Y qué hacemos con la muerte, me responde? Dejarla que aguarde hasta que dejes de pintar farmacias y tejados.

8 de octubre de 2009

DAVID REED (1946)


  • Tripas, hebras, intestinos que serpentean e irradian, que están en continuo movimiento, que se agolpan, se confunden, mezclan y batallan bajo estardantes cromáticos que los diferencian en una lucha que también puede ser una polca, en la que se entrecruzan vertical u horizontalmente, haciéndose fluidos felinos que despiertan los centelleos de las miradas.

  • Son iconos luminosos que el artista norteamericano David Reed los inviste de signos de una sociedad que se vuelve interesada en continuar con esos arabescos hasta ver su desembocadura en términos conceptuales estigmatizando el ambiente urbano, o la actividad que se acompaña al tránsito visual por la ciudad escindida entre lo que es imaginario y lo que no lo es. Quizás habría que decir que es una propuesta que engulle la visión en un ornamento que quiere dejar únicamente de serlo.



  • He perdido el don de repetir consignas, de leer panegíricos, de entonar loores y loas, de cantar laudatorios. Mi única salida es declararme mudo ante el Malecón y dejar que el ron recite y cante alabanzas al bien amado. Mi amigo Humberto me anima y me secunda declarándose privado del habla, porque una mulata de andares bisiestos le comió la lengua, a la que pudo reemplazar por una tela pintada en óleo una vez bañada en aguardiente.


7 de octubre de 2009

CARMELO ORTIZ DE ELGEA (1944)

  • Cuando se transita con el ojo pendiente de como sería la simetría de un entorno si se desnudase en sus rasgos plásticos esenciales, queda la duda de que la concepción pictórica que guía esa construcción no manifieste más que un enmascaramiento que desvirtúa una realidad que estaba en la retina.
    • El vasco Ortiz de Elgea seguro que siempre tuvo estas dudas, son como espasmos que alientan y desalientan, pero sus referencias visuales no habían perdido su claridad y nitidez, motivo por el cual supo como plasmarlas y no extraviarlas en una nada investida de nada.

      • Y así bosquejó una obra en que trazos, marcos y atributos se explayan en una vivencia cromática que configura territorios en los que la mirada se pasea entre paisajes que saben al perfume de acogida de un sueño intuido a la vera de uno mismo.

      • Sin embargo, lo que también es significativo es que su trabajo lo reabsorbió hasta hacerlo un intérprete que secundaba la inmanencia y dejó que ella lo orientara y lo transportara en aras a culminar un hacer que tiene la trascendencia del saber pintar lo que ver.

      • Mi amigo Humberto y yo no paramos de hacernos preguntas en nuestra esquina del Malecón, casi siempre en voz baja porque las respuestas las exigen que sean en voz alta. Y las cuestiones son invariablemente las mismas y tantas como cada una de nuestras arrugas. Menos mal que el ron nos resguarda de sospechas.



6 de octubre de 2009

MIGUEL GALANO (1956)

Las atmósferas y brumas druídicas del norte diluyen las formas, las humedecen y enfrían hasta que se congelan para que podamos advertir en ellas la raíz de una introspección que se dirige desde la piel hacia los huesos.


Para tener esa certeza, El artista asturiano Miguel Galano no ha tenido que atarse a un mástil como Turner para experimentar los efectos de una tormenta, sino que se ha mantenido andando en caminos ciegos para que el relente y el vaho circunscribieran los contornos de un paisaje que se piensa a sí mismo como la ley plástica que rige la melancolía, la soledad, el trabajo y la tristeza de lo que contiene.



Y para tal catarsis él es el instrumento que dota de verdad a lo insondable, al misterio que hay en sí mismo para extraer esas entrañas y que únicamente desea sacar en esos planos de calimas bañados por el mar o por una superficie que transpira gotas de un llanto que en ese territorio no paran de extinguirse.

5 de octubre de 2009

PELAYO ORTEGA (1956)

Cuando un paisaje está cubierto por la niebla o la bruma parece mucha más sublime, ya que eleva y amplía nuestra imaginación, escribía Friedrich.

El artista asturiano Pelayo Ortega así lo ha concebido, pero no sin transmitirnos la sensación de aislamiento y soledad que una naturaleza imprevisible nos inflige. Además que tampoco nos podemos engañar, también son residuos del tiempo oscuro que vamos dejando, de las retinas que no avisan de los olvidos y remordimientos intencionados que nos sorprenden cuando tratamos de avistar si hay algo que nos sostenga para poder quedarnos o por el contrario dejarnos llevar por una marea experta en extinciones de ánimas aburridas.

Por eso, la obra introduce nuestra mirada hacia dentro en un viaje de remotas y al mismo tiempo cercanas remembranzas, en una recuperación de la visión que después de asomarse más allá, preferimos que nos deje seguir conjeturando lo que la imagen nos propone, esa desmaterialización entre lo onírico y la interrogación inconfesable que nos suscita.

Mi amigo y Humberto y yo estamos vacíos y el Malecón nos obliga a estar llenos. Cogimos de las olas lenguas que no hablan, ojos que han dejado de llorar, bocas cosidas y miembros amputados. Pero nuestro Señor ha decretado que tales adminículos eran rastrojos que no exaltaban su infalibilidad y su sentido de la eternidad por lo que debíamos seguir buscando. Pues no, preferimos el castigo porque ya no se nos ocurrió nada.

2 de octubre de 2009

HUMBERTO VIÑAS (1963)

Uno puede esconderse en el taller, apagar la luz y confiar enfebrecido en que el color infunda impunemente su rechazo del orden, tanto el de afuera como el adentro.
También puede hacer que la pasta sea lo que desentrañe el furor oculto causado por el dolor solitario que hay en no sentir la claridad y la vida.

O puede añadirse que la impotencia, la frustración o el fracaso hagan su trabajo, extendiendo hacia un lado y hacia otro retazos o retales de un engrudo mezclado y volcado con sus mismos odios.


Y no puede descartarse que de tantas capas como barrotes carcelarios brote lo efímero, lo amorfo y circunstancial como la radiografía inapelable de uno mismo.


Pero caben otras lucubraciones de una biografía que transcurre encerrada en un camarote celda de diez metros cuadrados, como es que la única forma de alumbrarse sea el trazo fingido, malsano, engañoso, que presume de erigirse en dueño de un esclavo.


Todo parece indicar que no hay sueños, que ir a la deriva podría transformar el vacío interior en estratos, cúmulos y cirros, los que trata de entrever o adivinar en esas obras que nunca dejarán de formar parte de un tiempo abocado a jamás cambiar su naturaleza.



En el Malecón han dado orden de retreta y retirada. Mi amigo Humberto y yo nos encaminamos hacia la penumbra susurrando por lo bajo que hay días en que haber nacido con este orfeón repetitivo no te da ni para buscar el ron mulato de mermelada de papaya madura.











1 de octubre de 2009

WILLIAM DEGOUVE DE NUNCQUES (1867-1935)

Hay momentos en nuestra vida que queremos ocultarnos en campos extenuados por la luz, aquellos que son tan pocos que dejan que se vislumbren sus esqueletos acostumbrados a dar reposo a las inquietudes humanas. En otras ocasiones, son inmensas raíces que enmascaran osamentas, cementerios vivos y desnudos.
El artista simbolista belga Degouve demuestra que lo que le invade tiene la virtud plástica de expresarlo con la angustia del que la sufre y como la visión grávida de lo que proyecta como realidades que fluyen con el desasosiego de la calma, la misma que se detiene en el instante exacto en que la representación es su auténtica pasión.


Hoy, en el Malecón no aparece mi amigo Humberto sino su gestualidad pictórica que es puro devenir de impotencia, de rabia acumulada, de ojos cerrados que impulsan la emulsión hasta salir del marco, como si fuese un río de cieno que ha alcanzado el mar del grito.