20 de agosto de 2009

KAY SAGE (1898-1963)

  • Se empieza buscando una nueva luz en el acervo plástico, se continúa después en la búsqueda de una memoria que creíamos perdida y se acaba encontrando paisajes astrales que emergen de una infraestructura constructivista recelosa del orden arquitectónico convencional.
    • Las obras de la artista estadounidense Sage abren perspectivas desnudas, construcciones que poetizan soledades, panoramas vírgenes desprovistos de reverberaciones y ecos, visiones que se agotan en sí mismas. Son monólogos corales que toman alojamiento en nuestro imaginario, que hacen vida allí y que nos susurran lo cerca que estamos, sólo a un corto viaje de sensaciones y vértigos impenetrables.
      • Para unos quizás sean fantasías escapistas, para otros refugios donde metamorfosear las tribulaciones de una realidad angustiante, pero lo cierto es que renueva espacios visuales que son y serán necesarios en nuestros naufragios de cada día.

      • A mi amigo Humberto le digo que si el Malecón únicamente puede manifestarse al hombre en lo finito y medible, lo visible es libre en su mensurabilidad ilimitada. Por lo tanto, tienes que abordar tu pintura desde la base de que lo infinito y lo absoluto no se excluyen, sin importar que el primero ya no sea y que el segundo nunca se haya visto.



19 de agosto de 2009

GERMAINE RICHIER (1904-1959)

Señalaba Ramón Llull que nada de los signos estelares pasaba a los cuerpos de dignidad inferior. Éstos nacían privados de esta naturaleza y de sus propiedades esenciales si bien dejaban en ellos sus semejanzas y éstas son lo mismo que las influencias que ejercen.
Tal parece que la obra de la artista francesa Germaine Richier haya tomado en consideración y adaptación esta formulación doctrinal por cuanto en el tránsito de la potencia al acto las citadas influencias se sirven de las cualidades de las materias inferiores y ello por obra de una sustancia superior que no podría ser otra más que la artista en su condición significante y procreadora.

Pero esa inferioridad, que no participa de las propiedades esenciales, desafía a la semejanza al revestir deformación, alteración, imperfección, y su causa radica en la índole de lo humano, con su naturaleza irredenta y ciega. Y la escultura no puede disfrazarlo.

Incluso el Cristo crucificado se ve sometido a esa condena y sufre por ella. ¿A qué viene tanto escándalo? Quizás es la propia materia que corrompe la que se ha apropiado de él para culminar su venganza. Y eso por verse despreciada y mutilada. Tiene perfecto derecho a reivindicarse.

Y finalmente, no me he resistido, por eso del mismo apellido, a incluir una obra de Ligier Richier (1500-1567), el artista también francés iniciador del estilo renacentista.

Le digo a mi amigo Humberto, una vez estacionados en nuestra esquina del Malecón, que su compatriota Desiderio Navarro me remite a Kagan a la hora de definir el objeto de estudio de la estética, planteando que no sólo es el arte, sino un sistema comunicativo, cuyo primer eslabón es el artista; el segundo, la obra artística, y el tercero, las personas que perciben el arte. Él simplemente me especifica que dejemos el análisis pero sin necesidad de que sea en el mismo orden. Estoy de acuerdo. Y seguimos oteando un horizonte vacío y desconsolado.





18 de agosto de 2009

MIMO PALADINO (1948)

Paladino, artista italiano relacionado con la llamada transvanguardia, estuvo donde necesitaba ver, contempló lo que vislumbraba en lontananza, percibió lo que sería su quehacer y retornó.

Y se empeñó en una pintura que al mirarla nos hace evocar su propia historia, los conceptos propios de su génesis, ya sea a través de mitos o insepultas alegorías, pero desde unas claves que ahondan en la renovación formal, en la recuperación de unos procesos en los que una síntesis cromática infunde a la figuración un sentido plástico ajeno a toda solemnidad.


Su discurso es claro y definido y la vivencia estética tiene una función reveladora antes, ahora y después. Y ese significado obliga a interpretar su evolución desde dentro, seguirla y continuarla.


Su obra, de gran formato, es también otro homenaje a esta disciplina, y un esfuerzo, después de tantos años de pensar más que de apreciar y sentir, en aras a la consecución de una visión completa, dada en toda su integridad.


Han mediado varias jornadas de ausencia entre mi amigo Humberto y yo. El Malecón es un ídolo impávido ante nuestro reencuentro. Y nuestra esquina no goza de buena salud pues yace postrada en demanda de auxilio. La muerte todavía tiene estertores que ahogar, nos decimos. Y así es, seguirá esperando hasta mañana.

6 de agosto de 2009

HUMBERTO VIÑAS

Mi amigo y artista cubano Humberto Viñas, al que le urge un destino incierto, una sed oscura y una memoria insomne, nos brinda en sus últimos óleos un viaje sensorial más acá del dodecaedro, que en el Timeo de Platón aparece identificado con el límite del cosmos.

Los ha concebido recurriendo a la mutación plástica de la imprevisible isla, introduciendo en sus entrañas el tinte azul de sus aguas y el espíritu de sus muertos, presentes y futuros, y volviéndola a construir con una geometría que si en el interior contiene una geografía de penumbras, en sus costas concita premoniciones ineludibles.

Al final, en la pintura de Humberto, se perciben oscuridades socializadas con vestigios blancos y peregrinos dentro de reductos fortificados que defienden la impenetrabilidad de la luz, los cuales nos incitan a compartir una fisonomía del desaliento que se desliza por estas telas de forma inmisericorde, pues tal es la medida de un paralelismo plástico entre arte y vida, entre silencio y comunicación, entre designio y liberación. Él así lo señala y así lo pinta.

Humberto se despide y su ausencia de varios días me dará licencia para disfrutar de la mía en las brumas del norte. Durante este tiempo nos aprovisionaremos de más dudas y preguntas pues nunca pensamos en unas respuestas que nunca nos han convencido ni podrán hacerlo. Y seremos más viejos cuando regresemos a esa esquina del Malecón, el cual nos la guarda previo peaje de nuestra sumisión aceptada.

5 de agosto de 2009

ANTONY GORMLEY (1950)

¿Qué hacen aquí todos estos pequeños monstruos? ¿Qué nos intentan arrebatar? ¿Es un montaje visionario de lo que amenaza a nuestro futuro? ¿Qué hacemos desnudos e inmóviles, suspendidos en el techo o en posición horizontal o vertical, extrañados y desconocidos unos de otros?

El artista Gormley nos ofrece unas instalaciones en las que lo extrínseco es el marco escénico en donde transcurre la acción y lo intrínseco lo constituye la percepción del espectador para captar una experiencia de naturaleza antropomórfica, metabolizarla y a partir de ese momento confrontarla consigo mismo.
En pricipio, hay una aparente irrealidad en esta renovación de los patrones visuales imperantes, aquellos que todavía ahora sin su ayuda nos arrojan a una confusión de perspectivas carentes de pensamiento comprensible o al descarrío en parajes que desdeñamos por su caos de objetos y contenidos. Apenas nos son inteligibles y perceptibles las sensaciones que fluyen en ideogramas espaciales hasta que nos la encontramos de repente ante nosotros.


Y no es cierto, pues si ya Bernardo de Claraval criticaba los monstruos y criaturas de la fantasía en el mundo escultórico romano, preguntándose qué finalidad podía tener esa "curiosa belleza" deforme y esa bella antinaturaleza, dejaba claro que lo deforme, lo monstruoso no ha malogrado su condición de bello. Y plástico, añadiría. Por lo tanto, estas obras recuperan bajo otras premisas la dimensión estética que la Edad Media no le había negado.


Y esa recuperación, en nuestro contexto cultural, social e histórico, profundiza en la relación del hombre consigo mismo, especialmente por lo que respecta a sus referentes visuales, aquellos que emergen desde niveles de oscuridad a los que el conocimiento ha tratado de desplazar, privilegiando a los que se hacen visibles, cómodos, obedientes, pero sin que nos sirvan para un reconocimiento de realidades posibles. Son, por tanto, las imposibles las que necesitamos, las que han sido castigadas a la ambigüedad invisible pero nunca han dejado de acompañarnos.
Humberto, por culpa del apagón, ha estado pintando a oscuras toda la noche, me ha dicho. Y lo que al principio era muy difícil, al final se hizo fácil, pues fue ella la que determinó el curso del acto y de su proceso. Lo que ha dado a luz no lo sabemos pero nos dejamos llevar por la intuición. ¿Será eso un nuevo comienzo? El penúltimo adiós del Malecón nos lo anunciará.




4 de agosto de 2009

PAUL NASH (1889-1946)

La fotografía se ha apropiado de los paisajes de guerra gracias a su inmediatez, toma directa y rapidez de trasmisión. Pero el artista británico Paul Nash, cronista en la II Segunda Guerra Mundial, ha querido que también la pintura tuviese la oportunidad de aprehender ese mundo de destrucción, de asimilarlo por medio del pigmento, de tal manera que su conformación plástica grabase en la retina del espectador una huella interior que no tuviese huida al olvido.
Son obras que eluden la función fotográfica, su misión reproductora, para recalar en la esencia pictórica de la devastación, en los tonos lúgubres de una hecatombe impensable. Crepúsculos agónicos, noches arrasadas, escombros fosilizados, adquieren gracias a la fuerza intensa de la pigmentación un impacto brutal y reflexivo a la vez, que sintetiza singularmente lo que lleva al núcleo de la representación.

Y el artista alimenta el contenido con una carga semántica que no permite la connotación accidental, efímera, que desvíe la atención de un escenario que no tiene más que una tragedia, una sola, pero que es inmensa, desoladora, implacable y sin asomo de piedad.
Humberto y yo estamos cansados de otear desde nuestra esquina del Malecón. No se divisa nada o es que ya estamos quedándonos ciegos. Y sin sustento que llevarnos a la boca, enfriamos la sed agarrándonos al muro. Las mestizas, cabizbajas, pasan y no nos miran. Acabaremos siendo invisibles, le digo.



3 de agosto de 2009

OSKAR SCHLEMMER (1888-1943)


En su curso de la Bauhaus, el artista aleman Schlemmer enfatizaba la figura humana como principio y fin de la preocupación artística. Por eso he elegido esta escultura suya como desarrollo emblemático de esa idea, que además se presenta como la obsesión de una síntesis estilística y humanista que tiene en la configuración compacta del cuerpo la unión de tiempo, materia y creación.


Carne y huesos han quedado solidificados y geometrizados sin perder la armonía forzada por la causa aparente de un empalamiento o una crucifixión. Y las formas no invitan a un reconocimiento e identidad sino a la expurgación de lo que trata de verse pues de lo contrario el resultado plástico de la purificación emergería inconexo.


La efigie atrae la luz y las sombras como componentes intrínsecos de un ídolo que despierta nuestra memoria, como lo ha hecho con la mía, a fin de registrar un hecho tridimensional que se ha formado con una parte de nosotros, una que es como una historia de esa memoria.


El Malecón declama:

"El hombre portador de destino, condenado por el destino a la vergüenza precisamente en la fuerza de sus ojos; el hombre lleno de vergüenza y sin embargo parlante con su voz húmeda, guiada desvergonzadamente por la mandíbula, la lengua, el labio, voz portadora del aliento, voz portadora de la palabra y de la comunidad, que se abre paso desde él ruda, gorda, aduladora, amenazante, móvil y tiesa, barboteando, árida, croando, ladrando, y capaz siempre de transfigurarse en canción......"

Acercándome, le susurro a Humberto que es un impostor porque esas palabras son de Hermann Broch, ¿qué demonios pretende? ¿Dejarnos desnudos?