6 de abril de 2016

MIQUEL BARCELÓ (1957) / SIEMPRE EN MARCHA

  •  La obra del mallorquín BARCELÓ ha sido objeto de mucho debate en estos últimos tiempos. Parece como si ciertos personajes de este país se hubiesen cansado de aplaudirlo por ser un artista de éxito internacional. Él, escupen, es uno más de esa generación de creadores que no puede producir buen arte ni está interesada en hacerlo porque sólo les preocupa el éxito.  
 
  •  Nada más cierto en el caso de este autor que, en sus exposiciones actuales en París, nos vuelve a ofrecer esa variación de elementos de una escenografía tan personal y enraizada, esas relaciones dinámicas que nos empujan a visualizar lo desconocido, esa metafísica perdurable de lo romántico.   
  •  Por otro lado, esa fusión de su cuerpo y su mente con la obra desde su inicio y final, interactuando constantemente, esa ósmosis que se agranda y agranda su valor plástico en esos murales que son como huellas antropológicas, vernáculas, ancestrales, muestran el delirio fantástico de un universo inextinguible.  Entonces en cuando se advierte una organización acumulativa de fuerzas y energías para vivificar el proceso y consagrarlo como tal.   
Recibí la vida como una herida y no he permitido que el suicidio curara la cicatriz.
(Los Cantos de Maldoror)

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