4 de agosto de 2012

MOSER / LA BUENA NUEVA

  • Teorías sobre el hecho pictórico hay tantas que a algunas ya se les ha perdido la pista, cuando en el caso del norteamericano MOSER necesitaríamos una que uniese o conjugase las diferentes e íntimas esencias de una determinación plástica que no quiere una temporalidad que sea simple, eso no es suficiente, lo que anhela es un intemporalidad encerrada en su condición humana acorde con la mirada y expectativas del espectador.     
  •  Es cierto que la obra nos puede paralizar en momentos en que observamos un vuelo visionario del que pende, un sentido simbólico, una fenomenología religiosa, con un hacer entre resabios renancentistas y acabados expresionistas y hasta mixturas baconianas. Los efectos de claroscuro, lo sombrío de los fondos y el espacio, los destellos de luz en primer plano, nos introducen en unas escenas dramáticas de trazos sueltos, únicamente esbozados aunque intensos y cargados. 
  •  Aún así nos vamos con la sensación de que ciertos aspectos no concuerdan o lo hacen con dificultades a pesar de resultarnos abrumadores; no rubrican el peso de la contemporaneidad si no es ateniéndose a paradigmas diacrónicos que llegan a confundirnos en su plasmación y concepción pictóricas.  
  •  Lo cual no obsta, por otra parte, a que la suma de hallazgos de ese imaginario entre espíritu y materia, esa obsesión de soledad y castigo, sea un vehículo que mine nuestra seguridad con sus trampas de ceniza y fuego. 

  • La muerte es perfección, acabamiento.
  • Sólo los muertos deben ser nombrados.
  • Los que vivimos no tenemos nombre.
(Manuel Altolaguirre).

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