11 de mayo de 2010

TIM HAWKINSON (1960) / NO HAY QUE CERRAR

  • Al cerrar puertas no creemos que vayan abrirse otras distintas, siempre nos parecen todas iguales y también idénticos los interiores (aullidos íntimos) que guardan y protegen. Hasta que un día la acción de penetrar nos sorprende con la intrusión en un ámbito insospechado, extraño, alucinatorio. Y aprendimos a no cerrar, porque es lo descubierto lo que nos da la medida de una incursión o expedición por lugares donde unas criaturas están en una permanente lucha por no cejar en su transformación.
    • Entes que su creador, el norteamericano HAWKINSON, deriva de una reflexión sobre los efectos de cómo en esta sociedad una atrofia degenerativa o fisiológica es la metáfora de su propia realidad. Y si estoy equivocado en esta orientación -¿es que no pueden caber muchas, tantas como ojos que están dejando de ver?-, no lo estoy tanto por lo que se refiere a la magnitud de una concepción icónica basada en una mordacidad acerca de lo que nunca llegamos a ser. O ya hemos sido.

      • Aflorar esas capacidades en que lo monstruoso o deforme se conjuga con la belleza de la representación informe, pertenece a una singladura cuyo peaje es una naturaleza que siempre está expuesta a la pérdida, al salto atrás de lo que no permite la lealtad de una seudo fotografía de recuerdo.


        • Al fin y al cabo trasvasamos incógnitas que los artistas reflejan a través de intuiciones y vivencias que sin alcanzar a ser respuestas, producen el suficiente daño como para presentir nuestro tiempo en lo que tiene de imagen cercana, viva y sedienta.



          • Hoy me vine desde Palo Cagao (detrás de Columbia) hasta El Malecón en pos de una negrita de Marianao, de voz profunda, culo respingón y nalgas redondas y erectas. Cuando ya iba a abordarla, el gran Señor maleconero me detuvo y me dijo que no obtendría su alma. No, le contesté, si yo sólo me conformo con su cuerpo, nada más. Pues tampoco. No hay manera de estar vivo.





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