14 de enero de 2010

VICENTE VELA (1931) / EL FUTURO DESDE EL PRESENTE

  • Nos llega un mensaje plástico visionario y futurista y lo absorbemos en toda su magnitud, con la esperanza de que reine la piedad y haya acabado la locura asesina y la malicia. Nuestra capacidad visual queda absorta por el hechizo de ese deslumbramiento que concilia rigor, estructura compositiva equilibrada e integrada, envoltura cromática, virtuosismo indeleble, imaginería e ilusionismo.
    • Mediante la obra de este artista español nuestro imaginario ha dado un paso adelante, aprendiendo a distinguir entre conocimiento, percepción, creatividad, ingenio y clarividencia. Y también asimila que hay dos formas de ver, tal como las explica Gerhard Ulrich, una de ellas fundamentada en el juicio, el sentido de la comparación y el saber; y la otra, liberada de lo anterior, basada en una contemplación libre de prejuicios y convenciones, como si viese por primera vez.

      • La obra de Vela las contiene a las dos y quizá todavía podría abarcar una tercera: la que encierra el futuro desde el presente, la ilusión de lo utópico para unos y antiutópico para otros, la robotización, la máquina que se enmascara de humanidad, el terror de la aleación, de la fundición, de la malgama de metales y carne.


        • Sin embargo, a pesar de anatemas y condena, es una pintura que cautiva, que nos posee, que deja un poso sensorial de motivos, pensamientos e incertidumbres.


          • El Malecón también quiere imitar a los reyes austríacos que no encontraron jamás ejercicio más piadoso ni fiesta más lucida que la de empujar herejes a la hoguera. Mi amigo Humberto, cubierto de agua turbia hasta el cuello -las tuberías ya han renunciado a su sino-, practica el quietismo, el misticismo y ascetismo. Yo sigo bebiendo ron hasta quedarme ciego.





1 comentario:

  1. Son obras muy extrañas. Por un lado el toro, que hay que estar muy atentos, para poder verlo. Está muy camuflado, y lo que más llama la atención es el corazón. El toro es animal bravo, fuerte y luchador, puede significar que el corazón es bravo y quiere seguir latiendo.

    Por otro lado este gran musculo, que parece que lo van a trasplantar. Y un cirujano muy peculiar que lleva escafandra para no contaminarse, o no contaminar el corazón. El órgano vital está enganchado a varios tubos, que pueden ser las venas y las arterias que hacen bombear la sangre.

    También es posible que el artista de esta obra, haya querido decirnos, que somos el robot de nuestro corazón. Si el musculo no nos bombea bien la sangre, no funcionamos al 100% ya que es un órgano vital del que dependemos.

    Pero para que éste lata, la cabeza, el cerebro tiene mucho que hacer. Si el cerebro no da la orden, como así parece que la cabeza de esa especie de astronauta conecta su cerebro, a uno de los tubos o venas del corazón. Yo creo que el autor ha querido despistarnos un poco, al menos conmigo lo ha conseguido. Pero es una obra muy curiosa. Tal vez seamos verdaderos robot.

    La segunda obra, tercera y la cuarta, son hombres del metal, los hombres que hacen la guerra. Transmite destrucción. El metal es frío y corrosivo. Posiblemente el autor quiso plasmar que en un futuro no muy lejano, serán robot los que hagan las guerras y no humanos.


    Y la cuarta pintura es como una visión de que están a punto de invadirnos los robots. Da la sensación de que nuestra mente se rige y se alimenta por una batería que es la que se encarga de darnos energía. Y como maquinas que nos estamos volviendo por la competitividad, y el afán de ganar para adquirir, damos la espalda a los placeres de la vida. Esa mesa está llena de utensilios de cocina, pero en ella falta alimentos, no se ve ninguna señal de comida. También dimos la espalda al sexo, a la relación entre los humanos. Cambiamos los placeres por ser esclavos autómatas. Claro que al convertirnos en robot, no necesitamos de estos placeres.

    Creo que el autor ha dibujado o dibujó el futuro desde su propio presente, y todo tipo de maquinas son las que nos manipulan emocionalmente.

    Saludos

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PAUL CADDEN (1964) / NO SIN EPITAFIOS