9 de diciembre de 2009

RAMÓN GAYA (1910-2005) / PINTURA A VIVA VOZ

  • Ramón Gaya fue un raro pájaro solitario en el arte español del siglo XX. Cosa ya sabida, pero no por ello hemos de dejar de evocar una figura que amaba la pintura como el único camino de hacerse a sí mismo. Decía que no tenía preguntas sino respuestas y que sus obras de creación -odiaba el término obras de arte- eran fragmentos de la que nunca llegaría a completar de forma definitiva.
    • Cierto, lo efímero, aunque después se transmute en perenne, aparentemente siempre gana porque nuestra condición mortal lo siente así y además lo padece.

    • Su pintura es el producto de la reflexión pura, limpia, desnuda de sus creencias y convicciones clásicas y antimodernistas -lo que no es tradición, no es que sea plagio, es que no es absolutamente nada, afirmaba-, firmes y seguras, de hasta donde debía llegar la misma. No había por qué imbuirse de ismos y modismos, tendencias y efervescencias, corrientes y pendientes. No existía esa necesidad cuando la disciplina pictórica es una práctica que se asimila con la poesía de la carne, de la naturaleza y del sentimiento del ver y del mirar -no es cosa mentale sino cosa carnale- que ya Velázquez, Solana, Rosales, etc., nos habían enseñado.


    • Su obra, tal como la contemplo, es esa segunda naturaleza que absorbe y transforma la línea, el color, el dibujo, la forma, hasta constituir una visión no manipulada, crecida después de despojarse de la materia y situarse sobrenadando en el lienzo. Paisajes diáfanos, impolutos, que no se espesan, que expresan la cualidad virgen de un cromatismo que se recrea en sí mismo. Una sensación visual que si se nos escapa de la mirada nos envuelve en ella.

    • De todas maneras, según confesión del propio artista a la que nos referíamos anteriormente, ha sido una obra o sinfonía inacabada, que podía haberse fecundado más en ese camino ya trazado desde el principio.

    • Hoy, El Malecón nos obliga a mi amigo Humberto y a mí a dormir sobre las aguas que lo mecen para fecundarlas. Con este frío y esta niebla no se puede, le dijimos. No hubo castigo pero sí un silencio que anuncia una nueva peste.


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