5 de agosto de 2009

ANTONY GORMLEY (1950)

¿Qué hacen aquí todos estos pequeños monstruos? ¿Qué nos intentan arrebatar? ¿Es un montaje visionario de lo que amenaza a nuestro futuro? ¿Qué hacemos desnudos e inmóviles, suspendidos en el techo o en posición horizontal o vertical, extrañados y desconocidos unos de otros?

El artista Gormley nos ofrece unas instalaciones en las que lo extrínseco es el marco escénico en donde transcurre la acción y lo intrínseco lo constituye la percepción del espectador para captar una experiencia de naturaleza antropomórfica, metabolizarla y a partir de ese momento confrontarla consigo mismo.
En pricipio, hay una aparente irrealidad en esta renovación de los patrones visuales imperantes, aquellos que todavía ahora sin su ayuda nos arrojan a una confusión de perspectivas carentes de pensamiento comprensible o al descarrío en parajes que desdeñamos por su caos de objetos y contenidos. Apenas nos son inteligibles y perceptibles las sensaciones que fluyen en ideogramas espaciales hasta que nos la encontramos de repente ante nosotros.


Y no es cierto, pues si ya Bernardo de Claraval criticaba los monstruos y criaturas de la fantasía en el mundo escultórico romano, preguntándose qué finalidad podía tener esa "curiosa belleza" deforme y esa bella antinaturaleza, dejaba claro que lo deforme, lo monstruoso no ha malogrado su condición de bello. Y plástico, añadiría. Por lo tanto, estas obras recuperan bajo otras premisas la dimensión estética que la Edad Media no le había negado.


Y esa recuperación, en nuestro contexto cultural, social e histórico, profundiza en la relación del hombre consigo mismo, especialmente por lo que respecta a sus referentes visuales, aquellos que emergen desde niveles de oscuridad a los que el conocimiento ha tratado de desplazar, privilegiando a los que se hacen visibles, cómodos, obedientes, pero sin que nos sirvan para un reconocimiento de realidades posibles. Son, por tanto, las imposibles las que necesitamos, las que han sido castigadas a la ambigüedad invisible pero nunca han dejado de acompañarnos.
Humberto, por culpa del apagón, ha estado pintando a oscuras toda la noche, me ha dicho. Y lo que al principio era muy difícil, al final se hizo fácil, pues fue ella la que determinó el curso del acto y de su proceso. Lo que ha dado a luz no lo sabemos pero nos dejamos llevar por la intuición. ¿Será eso un nuevo comienzo? El penúltimo adiós del Malecón nos lo anunciará.




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