6 de agosto de 2009

HUMBERTO VIÑAS

Mi amigo y artista cubano Humberto Viñas, al que le urge un destino incierto, una sed oscura y una memoria insomne, nos brinda en sus últimos óleos un viaje sensorial más acá del dodecaedro, que en el Timeo de Platón aparece identificado con el límite del cosmos.

Los ha concebido recurriendo a la mutación plástica de la imprevisible isla, introduciendo en sus entrañas el tinte azul de sus aguas y el espíritu de sus muertos, presentes y futuros, y volviéndola a construir con una geometría que si en el interior contiene una geografía de penumbras, en sus costas concita premoniciones ineludibles.

Al final, en la pintura de Humberto, se perciben oscuridades socializadas con vestigios blancos y peregrinos dentro de reductos fortificados que defienden la impenetrabilidad de la luz, los cuales nos incitan a compartir una fisonomía del desaliento que se desliza por estas telas de forma inmisericorde, pues tal es la medida de un paralelismo plástico entre arte y vida, entre silencio y comunicación, entre designio y liberación. Él así lo señala y así lo pinta.

Humberto se despide y su ausencia de varios días me dará licencia para disfrutar de la mía en las brumas del norte. Durante este tiempo nos aprovisionaremos de más dudas y preguntas pues nunca pensamos en unas respuestas que nunca nos han convencido ni podrán hacerlo. Y seremos más viejos cuando regresemos a esa esquina del Malecón, el cual nos la guarda previo peaje de nuestra sumisión aceptada.

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