2 de julio de 2009

WOLS


  • Lo patético se funde con la agonía de un destino que ni podía ni quería ser interminable.
  • El alemán Wols (1913-1951) vivía marcado por un hado en el que anidaba la fatalidad de ver y significar. Exteriorizó el signo de la muerte en una caligrafía de líneas que eran como entrañas devoradoras o metástasis infames.
  • En este autorretrato se advierte la irrupción de esas frondas malignas convocadas con la finalidad de socavar y pudrir un rostro que en sí es premonitorio.
  • Este artista fue un creador que no creía en sí mismo, que consideraba su obra como una tierra estéril, con unas raíces que no deseaban procrear pues para ello había que sufrir y padecer. Y la gran paradoja es que a pesar de toda su depresión y desánimo las hizo surgir con el veneno filtrado en su piel.
  • Desde aquí, desde esta esquina del Malecón, no percibimos la esencia de este mar antillano tan bien interpretado por Esteban Chartrand y Valentín Sanz Carta. También debíamos haber aprendido de la minuciosidad de Guillermo Collazo, o de la pasión por él de Leopoldo Romañach Guillén y José Hurtado de Mendoza. O de la sabiduría de Amelia Peláez y Víctor Manuel junto con la fantasía de René Portocarrero. Y sin olvidar a Mariano Rodríguez y Ernesto González Puig acompañados de Felipe López y Olga Román Suárez. Aunque lo que nos quedaba por sentir y ver nos lo reservaban Blanco López, Jurra Kessel, Manuel Mendive y Francisco Bernar. Brindamos por ellos y por la suerte de esta agua que amamanta tanto como engulle.

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