25 de junio de 2008

CHANGÓ


Mi amigo Humberto y yo divisamos al obeso y monstruoso Changó apostado en una esquina del malecón. Hijo no querido de Aggayú y Yemayá, la dueña del mar, fue adoptado por Obatalá, el señor del pensamiento. Expulsado del Congo, se encontró camino del destierro a Orula, a quien hizo entrega del tablero de Ifá, del que fue su oráculo. Mujeriego impenitente y pendenciero, estaba casado con Obba, teniendo como amantes a Oyá, señora de los vientos, y a Ochún, la más hermosa.


Nos hizo una seña para que nos acercásemos y según nos aproximábamos observamos que estaba vestido con una túnica de mujer y unas trenzas. Nos explicó que estando en la vivienda de Oyá, su barragana y esposa también de Oggún, señor de los hierros, fue cercado por unos enemigos, de los cuales sólo pudo escapar disfrazado de tal guisa.


Para celebrarlo, nos convidó a abo (cordero), gallo rojo, aguera (codorniz), ayapa (jicotea), guinea, toro, pavo, gallos jabaos y plátano.


Después nos tocó el güiro, que le había regalado su padrino Osain, con la boca y un dedo, y también nos adivinó nuestro destino con el caracol y los cocos.


Una vez que se despidió de nosotros, los aullidos del viento nos obligaron a guarecernos en el obrador, que al amanecer se nos apareció más lúgubre y cavernoso que nunca.


Humberto tomó un pincel con el que desflorar la tela mientras yo aporreaba los tres tambores sagrados (okónkolo, itótele e iyá), hasta que la efigie tomó forma y vida mediante la caída de un espantoso rayo. Ante ella brindamos con harina de maíz y lilá pues por un día más estábamos a salvo.

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