6 de mayo de 2008

GIORGIO DE CHIRICO (II)


Regresamos de nuevo con Giorgio de Chirico y sus Memorias, que no diría que son tales, sino un penoso memorial de agravios sobre la base de un personalidad que no ocultaba su marcado corte narcisista y que se consideraba por encima del talante de su época, tal como revelan las siguientes frases:


"....que hicieron de mí un hombre excepcional, que siente y entiende todo cien veces más intensamente que los demás".


"Porque también entonces, como hoy, yo era el mejor y el más inteligente de todos".


"Aunque para ello es necesario tener la fortuna de poseer las excepcionales facultades que yo poseo".


"....no se le podía escapar a un observador agudo, como soy yo".


"Además, para tener realmente el derecho de hablar como yo, hace falta, fundamentalmente, ser un pintor de gran altura y haber podido pintar cuadros como sólo yo he conseguido hacer en esta primera mitad de siglo".


"Porque sé que, además de ser un gran pintor y un gran hombre, también tengo una misión que cumplir".


"Este avanzar cadencioso de mi maestría como pintor y de mis altas cualidades de hombre superiormente intelectual".


"Además de mi excepcional inteligencia en lo que se refiere a la verdadera pintura, mi extrapoderosa personalidad, mi valor y mi ardiente necesidad de verdad".


Apabullantes las tales manifestaciones así como innecesarias y hasta patéticas, y que subrayan el desacuerdo entre el poder de la creación y la condición del temperamento, una falta de sintonía que puede hacer peligrar ese entramado tan sutil de inteligencia, imaginación y técnica, pero que en este caso no se produjo en la etapa más eminente de su obra. Demos las gracias por ello pues de lo contrario ahora estaríamos algo huérfanos.


Las indígenas sureñas reclaman su potestad sobre el malecón, alegando que tal concesión se remontaba a los tiempos en que Bartolomé Colón se abarraganó con su antepasada la gran cacique de La Española y bailaban desnudas con sus guirnaldas de flores para celebrar tan venturoso idilio. Mi amigo Humberto y yo, desconcertados todavía por la insania de De Chirico, únicamente nos dio a tiempo a salir de estampida, cojos y mancos, ante la fuerza arrolladora de una huestes con imperiosas ganas de trasegar sangre blanca. Llevan siglos insatisfechas y frustradas por no poder probarla. Pues por esta vez no podrá ser y tendrán que esperar por la nuestra hasta otro día.


Lo peor de todo es que nos olvidamos del ron, nefasto y premonitorio signo de nuestra futura rendición.

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