31 de marzo de 2008

EDAD OSCURA


Me levanté a media mañana para saludar el fin de la edad oscura o el comienzo de otra, nunca sé, en realidad, cuando amanece una o muere la siguiente.


Mi amigo Humberto, más manco, cojo y encanallado que nunca, había dado a luz una obra en que hieráticos seres masculinos y femeninos resplandecientes moraban y copulaban en una esfera flotante que condenaba a la sombra al malecón.


Me confesó que era su ofrenda a las reinas menores prietas de Guanabacó que merced a sus ceremonias invocadoras habían conseguido que recobrara la fertilidad.


Ahora estaba de nuevo fecundo y podía trasegar un sinfín de formas y luces, escorzos y perspectivas, líneas y manchas, hasta culminar creaciones que evocaban a Polignoto, Zeuxis y Apeles. ¿Estarían sus espíritus griegos bañándose en el Caribe? Si así fuese, bienvenidos sean, mayor tumulto para una bacanal artística que tiene que ser eterna.


Al pasear, al final del día, por el malecón, nos tropezamos con esa criatura pintada por Nelson Domínguez, que nos saludó y nos invitó a fecundarla (¿también ella?). Disimulamos como pudimos nuestro espanto y le susurramos con palabras roncas que no podíamos, que nuestro semen ya no frecuentaba sendas desde que una vez que se asomó quedó solo y sin destino. El ron le sustituyó como único alimento que nutre el trazo de la pasión de nuestro infortunio.


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PAUL CADDEN (1964) / NO SIN EPITAFIOS