5 de marzo de 2008

ANTONIA EIRIZ


Una ficticia Antonia Eiriz, la gran pintora cubana, nos decía a mi amigo Humberto y a mí, cuando nos veía juntos al arrimo del malecón, que a ella sólo le preocupaba dejar impresa una seña ontólogica en sus cuadros.



Y nosotros pensábamos que esa seña era el pasado de una isla y sus habitantes que vuelven la cara hacia el futuro y en él siguen descubriendo el mismo dolor que les hizo. Eiriz recoge ese significado pictórico y lo conmina a aparecer y manifestarse como un martirio sin cruces ni sudarios, únicamente como un son pagano con el que baila una carne frágil y vulnerable y también atormentada.



Visitamos de nuevo el Museo Nacional de Bellas Artes y, ante sus lienzos, extendimos nuestros brazos lo suficiente para palpar aquellos seres torturados de por vida, y que ella quiso que siguiesen así por toda la eternidad. Seguro que lo ha conseguido.



Caminamos de regreso por un malecón que vimos con otros ojos y saboreamos con otras bocas. El mar esparcía restos que no nos dejaba pisar aunque Humberto, atrapado por un sol sucio sin ansia de nada, trataba de percibir la matriz de su contingencia para poderlos pintar. Todo fue inútil. Y además ya habíamos abandonado atrás el ron que nunca dejaba de hablarnos de lo que presentía, lo que vivía y lo que sufría. Ya no lo queríamos ni para eso.

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